lunes, 22 de abril de 2013

El Papel de la Iglesia como Cuerpo de Cristo en la Historia y la Fuerza del Espíritu como Impulsor de la misma Iglesia en perspectiva Latinoamericana




 Por: Johnnathan Giménez S.J

Llama poderosamente la atención esta imagen tan llena de riqueza sobre la Iglesia: Cuerpo de Cristo. La Iglesia, como se le ha llamado, es el Pueblo de Dios; o mejor, el nuevo Pueblo de Dios, pueblo mesiánico por excelencia. Su Jefe o Cabeza es Cristo. Su Espíritu, el que la anima y vivifica. Él quien aglutina toda esa realidad, y forma una unidad viva o cuerpo místico o misterioso pero real del mismo Cristo vivo. Afirma el Concilio Vaticano II: Por la comunicación de su Espíritu a sus hermanos, reunidos de todos los pueblos, Cristo los constituye místicamente su cuerpo. (LG 7)
Ahora bien, todo ello debe abordado desde la fe sobre lo que significa este misterio, misterio por pertenecer a la voluntad Revelada de Dios.


El objetivo de este pequeño bosquejo va en dirección a tratar sobre dos imágenes que van unidas a la realidad de misterio que posee la Iglesia; “La Iglesia Cuerpo de Cristo” y lo que concierne al significado de la “Sacramentalidad-Corporalidad” que refiere al primero.

En un segundo momento se tratará de desarrollar, clave Latinoamericana lo que significa la “dimensión Histórica”  del Cuerpo de Cristo. En concreción, se hará el esfuerzo de seguir la forma como el Espíritu actúa y renueva esta, nuestra Iglesia Latinoamericana. En la misma perspectiva Latinoamericana se buscará hacer una comparación entre las figuras de “Cuerpo de Cristo” y  la “Fuerza del Espíritu”

LA IGLESIA CUERPO DE CRISTO
1.     Incorporados por el Bautismo
Por el bautismo todos hemos sido regenerados en Cristo. Injertados  en Él, hemos quedado configurados con Él, a fin de que vayamos haciéndonos siempre más conformes a Él. Por esos somos incorporados  a los misterios de su vida, configurados con Él, muertos y resucitados con Él, hasta que con Él reinemos… Mientras tanto, siguiendo de cerca sus pasos en la tribulación y en la persecución, nos asociamos a sus dolores como el cuerpo a la cabeza, padeciendo con Él a fin de ser glorificados con Él (LG 7).

Es importante resaltar cómo Hans Kung (La Iglesia, Cuerpo de Cristo, P. 246) inicia su estudio sobre el bautismo; realizando un enfoque sobre las pistas que nos dan tanto los Evangelios como la historia de las primeras comunidades cristianas. En el Evangelio de Juan es donde pueden encontrarse referencias  al sacramento. Citando al propio Kung; ¿No es extraño que fuera de este texto, no haya referencia alguna en toda la era apostólica, a una institución del bautismo por parte de Jesús?

Aunque Jesús no llama a ser bautizados bien es cierto que algunos de sus discípulos habían recibido en bautismo de Juan y otros, como el mismo Pablo, habían recibo el sacramento después de su conversión. En los sinópticos y en Juan (Mc 1,9-11; 11,27-33; Jn 3,22; 4,2) el proceso que sigue Jesús es el haberse sentido invitado y llamado a recibir el bautismo de Juan y lo hace radical por sus palabras y obras en función del Reino

El hecho de que los apóstoles comenzaron a bautizar a quienes se convertían hay que verlo en el peso “nuevo” del sentido que tomaba ahora el sacramento. Ya el bautismo no era de penitencia como el Juan, por la pascua recibe un sentido totalmente nuevo, en palabras de Kung;(P. 249) así pues la Iglesia puede ahora bautizar no sólo en recuerdo de Juan, sino también en recuerdo de Jesús mismo…Jesús es ahora el Mesías y Señor resucitado. Es la fuerza de la muerte y resurrección de Jesús lo que cambia la perspectiva del bautismo, en el pensamiento de Kung, el bautismo sigue siendo preparación, pero desde la pascua. Es interesante cuando Kung habla sobre la autoridad de Jesús sobre el neófito que va a ser bautizado. El bautizado pasa a ser propiedad de Cristo resucitado.

En el sentido de relación entre fe y bautismo debe entenderse como las dos dimensiones del mismo acto. En palabras del mismo Kung; (P. 251) el bautismo viene de la fe, y la fe conduce al bautismo. Antropológicamente el bautismo tiene una fuerte cara de expresión exterior, puede hablarse de la manifestación que es visible ante los demás. Cabe acotar la dimensión de Iglesia, pues no es que el neófito se bautiza así mismo, pues es bautizado por la Iglesia y para ella.

Resalta este trabajo de Kung (P. 254) el carácter indeleble del bautismo. Al haber recibido el sacramento, el ahora cristiano no puede desprenderse de él, puede hablarse del hecho de estar para siempre sellado por esta gracia; al bautizado, en palabras de Kung, ya no le queda otra cosa que confesarlo o negarlo.

2.     Unidos en la comida común

Esta nueva dimensión de ser bautizados lleva consigo otra dimensión; la de la comunión. Donde no pueden existir ya, diferencias naturales entre los bautizados. Esta idea la considero central y que sigue en perspectiva de actualidad, una tarea siempre por hacer por parte de la Iglesia y de sus miembros.  Kung considera, más allá de las tradiciones Paulinas y de los Evangelios en general, al de Marcos como uno de los relatos más primigenios de la cena del Señor. Hay dos ideas que presenta Kung y que son de la Tradición, en primer lugar la de Sacrificio de la alianza del libro del Éxodo y a la frase “Nueva alianza” y en segundo grado la pasión como expiación del Siervo en Isaías.

Siguiendo a Kung, la instauración de esa Nueva alianza pasa por la muerte de Jesús, por ello esa muerte debe ser entendida como vida y salvación. La cena del Señor narrada en los Evangelios, la última de las comidas de Jesús y sus discípulos, está revestida de un horizonte escatológico.

En la Tradición Evangélica, Kung (261,162), destaca las variantes y las perspectivas en las que se redactaron los textos. Según el autor existen tres variantes o motivos, explicados teológicamente.
La Perspectiva del pasado: en que la cena del Señor es presentada como conmemoración y acción de gracias. Es siempre de alegría, nunca fúnebre.
La Perspectiva del presente: la cena del Señor es comida de alianza y comunión. Es el mismo Jesús que hace presente. Se expresa en presente porque manifiesta un presente vivo. La Perspectiva del futuro: la cena del Señor es anticipo de la comida mesiánica escatológica. El Cristo que se hace presente en esta comida es la presencia del que ha de venir.

Todo este trabajo de Kung termina con resaltar la importancia del carácter de comunión en un doble sentido, en primer lugar comunión con Cristo y comunión entre los cristianos que participan del misterio.  En palabras del miso Kung (P. 269) la Iglesia es esencialmente comunidad que rememora y da gracias. La cena del Señor de seguir siendo iglesia a pesar de todo despecho y caída. Kung enmarca el sacramento del bautismo con la cena del señor en el sentido de que el bautismo es sobre todo signo de la gracia que elige y justifica y la cena del Señor es gracia que guarda y perfecciona.

SACRAMENTALIDAD-CORPORALIDAD DE LA IGLESIA CUERPO DE CRISTO

1. Cuerpo en clave de sacramento

 Al momento de hablar sobre el Cuerpo de Cristo, nos referimos a la unión de la Iglesia con el Señor. Es una presencia y actualidad histórica constante, así como al ámbito y espacio en que son y permanecen eficaces a la bendición y señorío del crucificado-resucitado.

Así pues, la realidad para la historia, presente en toda realidad sacramental, es constitutiva al ser de la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Por tanto, la Iglesia puede ser el sacramento universal de salvación legado por el Resucitado, y por tanto visible, como visibilización sacramental del mismo Señor en cuanto éste es mensajero de la salvación. Este cuerpo es quien posibilita que continúe presente, en la tierra, la obra de Cristo.

2. Un cuerpo histórico

Cristo aparece expresamente como “cabeza” de la Iglesia (Col 1,18-24; 3,15; 2,19). Este Cristo, como cuerpo de la Iglesia, es el pleroma de Aquel que lo llena “todo en todos” (Ef 1,22). Cristo penetra y domina todo el universo, de esta manera se establece el poder y el dominio de Cristo sobre éste. Todo ello se da de acuerdo a la concepción judía de súbdito a servicio y obediencia. Por lo tanto, el señorío de Cristo sobre el universo es visto en clave escatológica.

Ahora bien, es de vital importancia la carta a los Efesios, ya que ella subraya la unidad, la cual es vista en una doble dimensión: 1) unidad entre los muchos miembros, sujetos de distintos carismas y ministerios (Ef 4,2-7; 4,11-13); y 1.2) unidad entre las dos nociones de la humanidad, judíos y gentiles, a los que Cristo reconcilió, por su muerte, en un solo cuerpo (Ef 2,14-18; 3,6; 4,4). 2) la caridad (o amor) que, utilizando el signo de la unión del hombre y la mujer, constituye, así el misterio más profundo e intimo de la unidad de Cristo y la Iglesia (Ef 5, 22-32). Se trata de una unidad de mutua entrega, pero no de un acto unilateral; Cristo amó primero a la Iglesia y se entregó por ella. Por tanto, Cristo no es sólo “cabeza”, sino también “salvador de su cuerpo” (Ef 5,23-32; 2Cor 11, 2).   

         Asimismo, Efesios y Colosenses en definitiva, presentan la profunda unidad de la Iglesia con Cristo; unidad en la que se ha de subrayar siempre la superioridad de Cristo como cabeza y la subordinación de aquella a la manera de la esposa que es el cuerpo de su marido. Como cuerpo de Cristo, la Iglesia es su presencia y manifestación para el mundo, el cual, en definitiva, está orientado a incorporarse a Cristo a través de la incorporación a su cuerpo histórico que es ella. La relación Cristo-Iglesia es una relación de amor (Ef 5,28).

LA IGLESIA CUERPO DE CRISTO EN LA HISTORIA

1. Sacramentalidad - corporalidad: Don y tarea

 La visibilidad del cuerpo de Cristo posee un carácter dinámico, ya que la Iglesia no sólo es, sino que también ha de hacerse en la historia Cuerpo de Cristo (LG 7). Por tanto, no hay incorporación sin seguimiento, el cual es una realidad histórica. Así pues, Iglesia es Cuerpo de Cristo en cuanto que, mostrándose fiel y sometida a su cabeza, recibiendo de ésta todo lo que es, responde a su amor y tiende así hacia la plenitud de Dios. Es un carácter dinámico de seguimiento en fidelidad en la presentización sacramental y la prosecución de la obra del Señor.

Ser cuerpo de Cristo hoy es descubrir la realidad más profunda y el origen de la vida de la Iglesia, y percibir la exigente vocación de participar en forma activa en la misión y obra del Salvador. Esta orientación dinámica hace referencia, por tanto, a una doble dimensión interrelacionadas entre sí: la afinidad que hay entre ser la Iglesia cuerpo de Cristo y ser sacramento histórico de salvación. La Iglesia es y ha de ser la presencia de Cristo para el mundo.

En consecuencia, la eclesiología latinoamericana basará la sacramentalidad de la Iglesia en su corporeidad.En ella debe tomar cuerpo la realidad y la acción de Jesucristo a la par que realiza una incorporación de Jesucristo en la realidad de la historia[1]. De esta forma, tomar  cuerpo quiere decir que algo se hace presente corporalmente para alguien para el cual sólo una presencia corporal es realmente una presencia; significa hacerse más real por el hecho de tomar cuerpo; adquirir actualidad, estar en condición de actuar.

En tal sentido, la eclesiología latinoamericana afirma que solamente desde la existencia corporal de Jesús de Nazaret es posible concretar el significado de la Iglesia como cuerpo de Cristo. Sólo la continuación histórica de la vida y la misión de es lo que hace que ella sea su cuerpo, su presencia visible y operante. Sin embargo, la Iglesia debe tener presente que hace palpable algo que no lo es de modo inmediato y total, que desborda toda posible captación y presentización. Ella debe seguir su continuidad y comunidad histórica con Él.

2. Rasgos de la corporeidad histórica

 La imagen Cuerpo de Cristo resalta la unión entre Cristo y la Iglesia y la unidad de los creyentes al interior de ella. La LG 8 deja claro que Cuerpo de Cristo hace referencia a la Iglesia, e incluye necesariamente la visibilidad histórica de la misma. Por tanto, la Iglesia ha de recorrer su mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación a los hombres. En tal sentido, ser Cuerpo de Cristo tiene que ver con el modo de ser Iglesia en la historia. La dimensión histórica de la Iglesia hace referencia al modo cómo se acerca esta enseñanza. La Iglesia ha de oponerse a las fuerzas del mal encarnadas en la falta de fraternidad, en la injusticia y la violencia de la historia, a sabiendas de que en último término sólo triunfará sobre ellas absorbiéndolas, y de que sólo con la fidelidad hasta la muerte es posible suprimir la potencia del pecado. La Iglesia será y representará al Único en la medida en que se realice a su interior y procure testimoniar eficazmente ante el mundo las realidades deshumanizadoras.

 La imagen cristológica base de la eclesiología latinoamericana es la del Siervo, que la unión hipostática se realizó bajo la forma de kénosis. En consecuencia, los rasgos de la corporeidad histórica se refieren al modo de concreción histórica de dichos rasgos, los cuales son sistematizados por Magaña de la siguiente manera:

·        Identificación creyente: oprimido-Cristo

1.     Un cauce tradicional teológico-pastoral: decisiva identificación entre el Cuerpo de Cristo y los oprimidos y explotados del continente, la cual se basa en LG 8, en donde se Reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su fundador pobre y paciente. La Iglesia debe optar por los pobres y marginados.
2.     Doble misión: 1) Cristo está en el pobre y en él es amado y servido. 2) también se encuentra presente en el pobre como quien libera, como quien se empeña en rehacer una historia de opresión e inhumanidad.
3.     Referencia colectiva: en América Latina, los pobres no existen aislados, los oprimidos no se liberan individualmente, los creyentes no existen sin la comunidad. Los oprimidos van sabiendo que sólo podrán acceder a su liberación como sujeto activo y solidario, consciente y colectivo. Los creyentes descubren en ese proceso que la Iglesia ha de acontecer como un cuerpo, como una comunión.

·        Iglesia de los oprimidos, cuerpo del Señor de la historia

1.     Cuerpo a la manera de Siervo: la opción por los pobres y oprimidos no es una opción paternalista. Es algo que tiene que ver con su radical configuración. Optar por los pobres significa irse haciendo efectivamente Iglesia de los pobres, ir surgiendo ahí como la presencia del Señor de la historia, como el Cuerpo de Cristo. Precisamente a la manera del Siervo es como la Iglesia puede ser hoy la presencia del Señor que inaugura el reino.
2.     Cuerpo sometido a su cabeza: la Iglesia vive su existencia eclesial como vocación a la que ha de responder en fidelidad. Es Cuerpo de Cristo, pero no es plenamente Cristo. Estar, por tanto, identificada con Cristo, ser su presencia y visibilidad es un don que ha de vivirse con la fidelidad de Jesús, siervo sufriente. Por tanto, presentarse como Cuerpo de Cristo no ha de entenderse en términos de alternativa, sino de vocación: es y ha de ser una Iglesia que vive su existencia histórica como el don gratuito de reproducir, en unión con su Señor, el camino que él recorrió.
3.     Cuerpo de Cristo y eucaristía: la Iglesia se actualiza en la eucaristía como Iglesia de los pobres, como Cuerpo de Cristo a la manera del Siervo. Pues la eucaristía es la fuente y la articulación del seguimiento. La eucaristía, como acción de gracias, es proclamación de la presencia liberadora de Cristo en los pobres y humillados que han sido llamados a la vida verdadera, y es, al mismo tiempo, garantía que respalda la tarea de anunciar la justicia e implantar el derecho. Como memoria es el recuerdo, siempre subversivo de los sistemas basados en la injusticia, de la vida pro-existente, la muerte y la resurrección de Jesús como única posibilidad de existencia auténtica y único criterio de configuración eclesial. Como experiencia creyente es el signo eficaz de que toda estructuración eclesial debe ser hecha según el modelo de la fraternidad, en donde el que es primero ha de situarse como quien sirve. Como testimonio será el anuncio de que en el ser uno está la posibilidad de que el mundo crea.    
4.     Cuerpo del resucitado que es cuerpo del crucificado: la crucifixión de Jesús fue el resultado de su camino histórico. Fue la normal consecuencia del enfrentamiento histórico que significa el anuncio del reino ante el pecado del mundo. Por ello, la resurrección remite a la cruz y al camino de Jesús. Y no sólo ha de entenderse como la configuración de su vida, sino como la irrupción inicial del reino que en él se ha definitivamente acercado. La Iglesia no debe olvidar que resucitó el crucificado precisamente por haber sido crucificado.

·        Humanidad oprimida: cuerpo del Crucificado

1.      Más allá de los límites: la Iglesia no es el único germen efectivo de salvación. La realidad del reino, que ha sido inaugurada definitivamente, existe en otros sectores de la humanidad. Algo parecido sucede cuando la Iglesia de América Latina se piensa como Cuerpo de Cristo. En cuanto Iglesia de los pobres y oprimidos, se sabe cuerpo de aquél que bajo la forma de Siervo, destinado a implantar la justicia y el derecho, carga con el pecado histórico de la humanidad.

2.      Reflexiones iniciales: la opresión histórica implica un tipo de solidaridad real e histórica, y tiene las dimensiones de universalidad. Por tanto, la salvación y el Cuerpo de Cristo han de tener también una solidaridad real e histórica. Además, la búsqueda de respuesta a estas cuestiones va encontrando asimismo cauce en la relectura de la figura del Siervo. Así pues, la eclesiología de América Latina sostiene que la mayoría oprimida de la humanidad reproduce, sin tener plena conciencia de ello, los rasgos del crucificado y está llamada a incorporarse a él en la asunción expresa de la vocación del Siervo.

LA FUERZA DEL ESPÍRITU RENUEVA LA IGLESIA LATINOAMERICANA

1. La acción del Espíritu en la historia y en Iglesia Latinoamericana

La testificación y comprobación de que el Espíritu en realidad actúa en las coordenadas del mundo, encuentra su sentido en el hecho de que en él se continúa hablando de Dios. De esta manera, el Espíritu es quien posibilita que la Iglesia pueda realizar una constante renovación y se muestre al mundo con un mensaje nuevo ante las realidades deshumanizadoras que se le presentan. El Espíritu hace que la Iglesia sea capacitada para que su testimonio profético se mantenga y perdure en el tiempo, es el Espíritu quien sucinta en ella esa comunionalidad entre sus miembros y el mundo. En la Iglesia, es obra del Espíritu, su dinamismo, su capacidad de impulso y de avance.

El Espíritu en la historia poco a poco va siendo objeto de conciencia y libertad. El hombre ve la presencia del Espíritu en su historia como un signo de liberación. El Espíritu se manifiesta en la historia, como una critica constante a una sociedad que en muchos aspectos se presenta marcada por la esclavitud.

         En la praxis latinoamericana, la Iglesia ha estado siempre profundamente unida a la realidad del pobre, siendo el Espíritu la fuente para que la Iglesia despierte, se impulse y pueda avanzar. Es él quien capacita a la Iglesia para continúe la misión que el Padre le ha encomendado: ser solidaria con los pobres y los marginados, con los excluidos y los rechazados. La Iglesia, por medio de la fuerza del Espíritu, se hace cada vez más Iglesia en la medida en que se deja guiar y orientar por este Espíritu y en la medida en que camina con aquellos que son vistos como muros que hay que derribar y no como personas que nos dan apertura a un enriquecimiento humano, a pesar de su pobreza y su dignidad trastocada.

         De igual forma, la Iglesia necesita de la presencia de las personas. No hay Iglesia de Cristo, si no hay feligresía. No hay Pueblo de Dios si no hay compromiso con los verdaderos cambios estructurales que la sociedad impera. Para que ambas cosas se den, es necesario, inexorablemente, la fuerza y el empuje del Espíritu. Sólo es él quien posibilita este cambio de paradigmas. El Espíritu es quien puede hacerle virar la mirada, a la Iglesia, para que tenga siempre presente el rostro de Cristo en los pobres y oprimidos, y así pueda cumplir su misión de ir anunciando e instaurando el reino (LG 5).

REFLEXIÓN FINAL

Partiendo de las primeras líneas de este trabajo, en las cuales mencionaba que las imágenes de la Iglesia no agotan su carácter mistérico; podemos concluir que ambas imágenes, tanto Pueblo de Dios como Cuerpo de Cristo, no so disyuntivas, sino que ayudan a complementar la visión de Iglesia. Ambas imágenes poseen sus particularidades y características propias.

De esta forma, la imagen de “Pueblo de Dios”, nos hace referencia a esa discontinuidad continuada que se da en el Antiguo Testamento, esa relación esponsal que hay entre Dios y su pueblo escogido, el cual a pesar de sus muchas rebeliones, de sus constantes faltas a la Alianza establecida con Yahvé, no pierde su carácter de pueblo querido por Dios.

El plan de Dios no se circunscribe a un determinado momento, sino que se amplia el proyecto amoroso de Dios y, por medio de la figura de Cristo, esta Alianza llega a su culmen, a su plenitud. Ahora no sólo es Israel el pueblo escogido por Dios, ahora son todos y cada uno de los hombres. El proyecto de Dios abarca a todo ser humano: judíos, gentiles, pescadores, prostitutas, cobrador de impuestos, todos aquí tiene igual valor. No hay exclusión sino inclusión. En tal sentido, este naciente Pueblo de Dios ya no se encuentra determinado por las condiciones y las coordenadas del judaísmo, sino que la comunión entre sus miembros es lo que prevalece. Poseen rasgos distintivos que los diferencias como grupo.

Así pues, magistralmente el apóstol Pablo le da un sentido nuevo a esta dimensión de Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo. En su sapiencia descubre que el Cuerpo de Cristo no puede ser reducido exclusivamente a la particularidad de las Iglesias locales, sino que debe tener un sentido de amplitud. Pablo ve la dimensión “universal” que posee la Iglesia, sobre las particularidades de distintos grupos. El poder reunir a grupos de tendencias distintas en una misma mesa, es signo visible de ese banquete escatológico al cual estamos llamados. Esta unión en la mesa fraterna, no la hace Pablo, sino que la hace Cristo, por medio de su Espíritu. Es él quien congrega en la mesa fraternal y se presenta, pues, como el fundamento de este pueblo. Somos Pueblo de Dios y formamos parte del Cuerpo de Cristo por iniciativa divina y por respuesta humana.

Por tanto, el participar en este proyecto de Dios no se da de manera impositiva y autoritaria. Es una invitación, es una oferta, la cual pude ser aceptada o rechazada. La Iglesia se maneja en la tensión de la libertad humana, en la que él puede o no responder a la oferta que Dios le hace. Dios ofrece su amor de manera gratuita, es el hombre quien opta o no por él.

De igual forma, es conveniente acotar en quién y por quién los creyentes en Dios, los que forman el Pueblo de Dios y el Cuerpo de Cristo, poseen su carácter unitario: por el Espíritu. Es él quien unifica el cuerpo. Es él quien produce y urge la caridad entre sus fieles. Es Cristo quien nos hace participar en su Espíritu y de esta forma, vivifica, mueve e impulsa a todo el cuerpo.

A esta unión se llega por el acto del bautismo, el cual nos incorpora en la eclesialidad, en la vida de la Iglesia. Nos identifica como cristianos y como hermanos. Como bautizados y propiedad de quien nos ha bautizado: Cristo Jesús. Los bautizados en Cristo también poseen un carácter distintivo: la relación de comunión y servicio que poseen entre sus miembros, especialmente con aquellos que viven de manera más desprotegida. Los bautizados no son miopes a la predilección que hizo su Señor. Si Cristo opto por los desamparados, los bautizados también deben hacerlo.

En tal sentido, la Iglesia ha de ser la expresión visible y tangible del Cuerpo de Cristo en la humanidad, en la tierra. Su presencia ha de ser impulsada por la fuerza del Espíritu. Es este Espíritu quien sostiene la obra de la Iglesia. La Iglesia debe luchar para que el mundo conozca el mensaje de Cristo y para que se incorporen al Pueblo de Dios, pero esta labor no la puede hacer por sí misma, sino con la fuerza del que dinamiza: el Espíritu Santo.

En otro orden de ideas, plantear el dinamismo del Espíritu en la Iglesia Latinoamericana, nos hace comprender y notar el paso de Dios a través de su pueblo. La comunidad creyente latina, en tanto a vivido y expresado un profundo convencimiento de que es iglesia pobre, profética y solidaria, siendo fiel a pesar de ser perseguida por ir en contra del orden establecido, a notado que quien le ha hecho posible continuar ha sido la fuerza del Espíritu. La Iglesia Latinoamericana ha tenido que pensar qué es eso de “signos de los tiempo”, qué es eso de estar con los pobres y encarnar a la Iglesia en la realidad de los necesitados y no dejarse llevar por las situaciones de muerte o facilismo que hoy día imperan. Todos estos cambios son manifestaciones del Espíritu.

Es la fuerza del Espíritu en la Iglesia Latinoamericana, la que no ha permitido que se viva de espaldas a la historia y a los pobres, sino que se vive y se actúa según la fuerza y el obrar de Dios que hoy, a pesar de miles de años, sigue haciendo historia como la hizo Jesús y continua haciendo en su Iglesia patente el compromiso con su Pueblo, el cual ha sido sacramentado como Cuerpo de Cristo por medio del bautismo.

Por ultimo, la Iglesia Latinoamericana y en especial los pobres de Yahvé en clave latinoamericana, no deben sentirse solos, ya que el Espíritu del resucitado siempre  se encuentra a favor de su pueblo, por medio de las mediaciones humanas. El Espíritu del Señor está en absoluta solidaridad con la Iglesia de los oprimidos.

CONCLUSIÓN
Para que exista una comunión eclesial es necesario de dos aspectos: Dios y el hombre. El primero convoca, llama e invita a la reunión. El segundo discierne y posee la capacidad optativa de responder o no a ese llamado. El punto de partida, obviamente, determinará el punto de llegada. No habrá relación con Cristo si no hay, después de la invitación divina, respuesta humana.  El “sí” del hombre conlleva participación en una eclesialidad determinada e historizada y en hacerse parte de ese Cuerpo de Cristo, lo cual conllevará la asimilación de ciertos valores que son distintivos en los luchadores e instauradores del reino.

La persona que optan por Dios y se hacen parte, por medio del bautismo, en la Iglesia debe comprende que la praxis cristiana y, por ende, el seguimiento de Cristo, se caracteriza por la continuación y la actualización de la obra hecha por Jesús, lo cual supondrá dejarse guiar y orientar por su Espíritu y, a su vez, asumir los valores que él asumió. Todo ello supone atacar frontalmente la esclavitud en la que el hombre se pueda encontrar, entendiendo ésta como el pecado manifestado en sus diversas caras, y saber responder con actitud cristiana a los hombres y mujeres que puedan sentir lacerada su dignidad humana.

El que opta por formar parte de este Pueblo de Dios y del Cuerpo de Cristo debe, necesariamente ser un hombre mistagógico, es decir, una persona que se ha dejado introducir, por el Espíritu, en misterio de Cristo.

BIBLIOGRAFÍA
CONCILIO VATICANO II., Sal Terrae, Santander 1967.

ELLACURÍA I., “La Iglesia de los pobres, sacramento histórico de liberación. En
Estudios Centro Americanos 32, 1977, pp. 707-722.

KÜNG H., (1970). “La Iglesia”. Herder, Barcelona 1970.

QUIROZ A., (1983). “Eclesiología en la Teología de la Liberación”, Ediciones Sígueme, Salamanca 1983.




[1] ELLACURÍA I., “La Iglesia de los pobres, sacramento histórico de liberación. En “Estudios centro americanos”, 32, Pp. 708. (1977).

Caracas, febrero de 2011

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