
Por: Johnnathan
Giménez S.J
Llama
poderosamente la atención esta imagen tan llena de riqueza sobre la Iglesia : Cuerpo de Cristo.
La Iglesia ,
como se le ha llamado, es el Pueblo de Dios; o mejor, el nuevo Pueblo de Dios,
pueblo mesiánico por excelencia. Su Jefe o Cabeza es Cristo. Su Espíritu, el
que la anima y vivifica. Él quien aglutina toda esa realidad, y forma una
unidad viva o cuerpo místico o misterioso pero real del mismo Cristo vivo.
Afirma el Concilio Vaticano II: Por la comunicación de su Espíritu a sus
hermanos, reunidos de todos los pueblos, Cristo los constituye místicamente su
cuerpo. (LG 7)
Ahora bien, todo ello debe abordado desde la fe
sobre lo que significa este misterio, misterio por pertenecer a la voluntad
Revelada de Dios.
El objetivo de este pequeño bosquejo va en dirección
a tratar sobre dos imágenes que van unidas a la realidad de misterio que posee la Iglesia ; “La Iglesia Cuerpo de
Cristo” y lo que concierne al significado de la “Sacramentalidad-Corporalidad”
que refiere al primero.
En un segundo momento se tratará de desarrollar,
clave Latinoamericana lo que significa la “dimensión Histórica” del Cuerpo de Cristo. En concreción, se hará
el esfuerzo de seguir la forma como el Espíritu actúa y renueva esta, nuestra
Iglesia Latinoamericana. En la misma perspectiva Latinoamericana se buscará
hacer una comparación entre las figuras de “Cuerpo de Cristo” y la “Fuerza del Espíritu”
1.
Incorporados por el Bautismo
Por el bautismo todos hemos sido regenerados en Cristo. Injertados en
Él, hemos quedado configurados con Él, a fin de que vayamos haciéndonos siempre
más conformes a Él. Por esos somos incorporados a los misterios de su
vida, configurados con Él, muertos y resucitados con Él, hasta que con Él
reinemos… Mientras tanto, siguiendo de cerca sus pasos en la tribulación y en
la persecución, nos asociamos a sus dolores como el cuerpo a la cabeza,
padeciendo con Él a fin de ser glorificados con Él (LG 7).
Es importante resaltar cómo Hans Kung
(La Iglesia ,
Cuerpo de Cristo, P. 246) inicia su estudio sobre el bautismo; realizando un
enfoque sobre las pistas que nos dan tanto los Evangelios como la historia de
las primeras comunidades cristianas. En el Evangelio de Juan es donde pueden
encontrarse referencias al sacramento.
Citando al propio Kung; ¿No es extraño
que fuera de este texto, no haya referencia alguna en toda la era apostólica, a
una institución del bautismo por parte de Jesús?
Aunque Jesús no
llama a ser bautizados bien es cierto que algunos de sus discípulos habían
recibido en bautismo de Juan y otros, como el mismo Pablo, habían recibo el
sacramento después de su conversión. En los sinópticos y en Juan (Mc 1,9-11;
11,27-33; Jn 3,22; 4,2) el proceso que sigue Jesús es el haberse sentido
invitado y llamado a recibir el bautismo de Juan y lo hace radical por sus
palabras y obras en función del Reino
El hecho de que los apóstoles comenzaron a bautizar
a quienes se convertían hay que verlo en el peso “nuevo” del sentido que tomaba
ahora el sacramento. Ya el bautismo no era de penitencia como el Juan, por la
pascua recibe un sentido totalmente nuevo, en palabras de Kung;(P. 249) así pues la Iglesia puede ahora bautizar no sólo en recuerdo
de Juan, sino también en recuerdo de Jesús mismo…Jesús es ahora el Mesías y
Señor resucitado. Es la fuerza de la muerte y resurrección de Jesús lo que
cambia la perspectiva del bautismo, en el pensamiento de Kung, el bautismo
sigue siendo preparación, pero desde la pascua. Es interesante cuando Kung
habla sobre la autoridad de Jesús sobre el neófito que va a ser bautizado. El
bautizado pasa a ser propiedad de Cristo resucitado.
En el sentido de relación entre fe y bautismo debe
entenderse como las dos dimensiones del mismo acto. En palabras del mismo Kung;
(P. 251) el bautismo viene de la fe, y la fe conduce al bautismo.
Antropológicamente el bautismo tiene una fuerte cara de expresión exterior,
puede hablarse de la manifestación que es visible ante los demás. Cabe acotar
la dimensión de Iglesia, pues no es que el neófito se bautiza así mismo, pues
es bautizado por la Iglesia
y para ella.
Resalta este trabajo de Kung (P. 254) el carácter
indeleble del bautismo. Al haber recibido el sacramento, el ahora cristiano no
puede desprenderse de él, puede hablarse del hecho de estar para siempre
sellado por esta gracia; al bautizado, en palabras de Kung, ya no le queda otra
cosa que confesarlo o negarlo.
2.
Unidos en la comida común
Esta nueva dimensión de ser bautizados lleva consigo
otra dimensión; la de la comunión. Donde no pueden existir ya, diferencias
naturales entre los bautizados. Esta idea la considero central y que sigue en
perspectiva de actualidad, una tarea siempre por hacer por parte de la Iglesia y de sus miembros.
Kung considera, más allá de las
tradiciones Paulinas y de los Evangelios en general, al de Marcos como uno de
los relatos más primigenios de la cena del Señor. Hay dos ideas que presenta
Kung y que son de la
Tradición , en primer lugar la de Sacrificio de la alianza del
libro del Éxodo y a la frase “Nueva alianza” y en segundo grado la pasión como
expiación del Siervo en Isaías.
Siguiendo a Kung, la instauración de esa Nueva
alianza pasa por la muerte de Jesús, por ello esa muerte debe ser entendida
como vida y salvación. La cena del Señor narrada en los Evangelios, la última
de las comidas de Jesús y sus discípulos, está revestida de un horizonte
escatológico.
En la Tradición Evangélica ,
Kung (261,162), destaca las variantes y las perspectivas en las que se
redactaron los textos. Según el autor existen tres variantes o motivos,
explicados teológicamente.
Todo este trabajo de Kung termina con resaltar la
importancia del carácter de comunión en un doble sentido, en primer lugar
comunión con Cristo y comunión entre los cristianos que participan del
misterio. En palabras del miso Kung (P.
269) la Iglesia
es esencialmente comunidad que rememora y da gracias. La cena del Señor de
seguir siendo iglesia a pesar de todo despecho y caída. Kung enmarca el
sacramento del bautismo con la cena del señor en el sentido de que el bautismo es
sobre todo signo de la gracia que elige y justifica y la cena del Señor es
gracia que guarda y perfecciona.
SACRAMENTALIDAD-CORPORALIDAD DE LA IGLESIA CUERPO DE
CRISTO
1. Cuerpo en
clave de sacramento
Al
momento de hablar sobre el Cuerpo de Cristo, nos referimos a la unión de la Iglesia con el Señor. Es
una presencia y actualidad histórica constante, así como al ámbito y espacio en
que son y permanecen eficaces a la bendición y señorío del
crucificado-resucitado.
Así pues, la realidad para la historia,
presente en toda realidad sacramental, es constitutiva al ser de la Iglesia como Cuerpo de
Cristo. Por tanto, la Iglesia
puede ser el sacramento universal de salvación legado por el Resucitado, y por
tanto visible, como visibilización sacramental del mismo Señor en cuanto éste
es mensajero de la salvación. Este cuerpo es quien posibilita que continúe
presente, en la tierra, la obra de Cristo.
2. Un cuerpo
histórico
Cristo
aparece expresamente como “cabeza” de la Iglesia (Col 1,18-24; 3,15; 2,19). Este Cristo,
como cuerpo de la Iglesia ,
es el pleroma de Aquel que lo llena
“todo en todos” (Ef 1,22). Cristo penetra y domina todo el universo, de esta
manera se establece el poder y el dominio de Cristo sobre éste. Todo ello se da
de acuerdo a la concepción judía de súbdito a servicio y obediencia. Por lo
tanto, el señorío de Cristo sobre el universo es visto en clave escatológica.
Ahora
bien, es de vital importancia la carta a los Efesios, ya que ella subraya la unidad, la cual es vista en una doble dimensión: 1) unidad entre los muchos miembros,
sujetos de distintos carismas y ministerios (Ef 4,2-7; 4,11-13); y 1.2) unidad entre las dos nociones de
la humanidad, judíos y gentiles, a los que Cristo reconcilió, por su muerte, en
un solo cuerpo (Ef 2,14-18; 3,6; 4,4). 2)
la caridad (o amor) que, utilizando el signo de la unión del hombre y la mujer,
constituye, así el misterio más profundo e intimo de la unidad de Cristo y la Iglesia (Ef 5, 22-32). Se
trata de una unidad de mutua entrega, pero no de un acto unilateral; Cristo amó
primero a la Iglesia
y se entregó por ella. Por tanto, Cristo no es sólo “cabeza”, sino también
“salvador de su cuerpo” (Ef 5,23-32; 2Cor 11, 2).
Asimismo,
Efesios y Colosenses en definitiva, presentan la profunda unidad de la Iglesia con Cristo; unidad
en la que se ha de subrayar siempre la superioridad de Cristo como cabeza y la subordinación
de aquella a la manera de la esposa que es el cuerpo de su marido. Como cuerpo
de Cristo, la Iglesia
es su presencia y manifestación para el mundo, el cual, en definitiva, está
orientado a incorporarse a Cristo a través de la incorporación a su cuerpo
histórico que es ella. La relación Cristo-Iglesia es una relación de amor (Ef
5,28).
1.
Sacramentalidad - corporalidad: Don y tarea
La
visibilidad del cuerpo de Cristo posee un carácter dinámico, ya que la Iglesia no sólo es, sino
que también ha de hacerse en la historia Cuerpo de Cristo (LG 7). Por tanto, no
hay incorporación sin seguimiento, el cual es una realidad histórica. Así pues,
Iglesia es Cuerpo de Cristo en cuanto que, mostrándose fiel y sometida a su
cabeza, recibiendo de ésta todo lo que es, responde a su amor y tiende así
hacia la plenitud de Dios. Es un carácter dinámico de seguimiento en fidelidad
en la presentización sacramental y
la prosecución de la obra del Señor.
Ser cuerpo de Cristo hoy es descubrir la
realidad más profunda y el origen de la vida
de la Iglesia ,
y percibir la exigente vocación de participar en forma activa en la misión y
obra del Salvador. Esta orientación dinámica hace referencia, por tanto, a una
doble dimensión interrelacionadas entre sí: la afinidad que hay entre ser la
Iglesia cuerpo de Cristo y ser sacramento histórico de salvación. La Iglesia es y ha de ser la presencia de Cristo
para el mundo.
En consecuencia, la eclesiología
latinoamericana basará la sacramentalidad de la Iglesia en su corporeidad. “En
ella debe tomar cuerpo la realidad y la acción de Jesucristo a la par que
realiza una incorporación de Jesucristo en la realidad de la historia”[1]. De esta forma, tomar cuerpo quiere decir que algo se hace presente
corporalmente para alguien para el cual sólo una presencia corporal es
realmente una presencia; significa hacerse más real por el hecho de tomar
cuerpo; adquirir actualidad, estar en condición de actuar.
En tal sentido, la eclesiología
latinoamericana afirma que solamente desde la existencia corporal de Jesús de
Nazaret es posible concretar el
significado de la Iglesia
como cuerpo de Cristo. Sólo la continuación histórica de la vida y la misión de
es lo que hace que ella sea su cuerpo, su presencia visible y operante. Sin embargo, la Iglesia debe tener
presente que hace palpable algo que no lo es de modo inmediato y total, que
desborda toda posible captación y presentización. Ella debe seguir su
continuidad y comunidad histórica con Él.
2. Rasgos de la
corporeidad histórica
La
imagen Cuerpo de Cristo resalta la unión entre Cristo y la Iglesia y la unidad de los
creyentes al interior de ella. La
LG 8 deja claro que Cuerpo de Cristo hace referencia a la Iglesia , e incluye
necesariamente la visibilidad histórica de la misma. Por tanto, la Iglesia ha de recorrer su
mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación a los hombres. En
tal sentido, ser Cuerpo de Cristo tiene que ver con el modo de ser Iglesia en
la historia. La dimensión histórica de la Iglesia hace referencia al modo cómo se acerca
esta enseñanza. La Iglesia
ha de oponerse a las fuerzas del mal encarnadas en la falta de fraternidad, en
la injusticia y la violencia de la historia, a sabiendas de que en último
término sólo triunfará sobre ellas absorbiéndolas, y de que sólo con la
fidelidad hasta la muerte es posible suprimir la potencia del pecado. La Iglesia será y
representará al Único en la medida en que se realice a su interior y procure
testimoniar eficazmente ante el mundo las realidades deshumanizadoras.
La
imagen cristológica base de la eclesiología latinoamericana es la del Siervo,
que la unión hipostática se realizó bajo la forma de kénosis. En consecuencia, los rasgos de la corporeidad histórica se
refieren al modo de concreción histórica de dichos rasgos, los cuales son
sistematizados por Magaña de la siguiente manera:
·
Identificación creyente: oprimido-Cristo
1.
Un cauce tradicional teológico-pastoral: decisiva identificación entre el Cuerpo de Cristo y
los oprimidos y explotados del continente, la cual se basa en LG 8, en donde se
Reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su fundador pobre y
paciente. La Iglesia
debe optar por los pobres y marginados.
2.
Doble misión:
1) Cristo está en el pobre y en él es amado y servido. 2) también se encuentra
presente en el pobre como quien libera, como quien se empeña en rehacer una
historia de opresión e inhumanidad.
3.
Referencia colectiva: en América Latina, los pobres no existen aislados,
los oprimidos no se liberan individualmente, los creyentes no existen sin la
comunidad. Los oprimidos van sabiendo que sólo podrán acceder a su liberación
como sujeto activo y solidario, consciente y colectivo. Los creyentes descubren
en ese proceso que la Iglesia
ha de acontecer como un cuerpo, como una comunión.
·
Iglesia de los oprimidos, cuerpo del Señor de la
historia
1.
Cuerpo a la manera de Siervo: la opción por los pobres y oprimidos no es una
opción paternalista. Es algo que tiene que ver con su radical configuración.
Optar por los pobres significa irse haciendo efectivamente Iglesia de los
pobres, ir surgiendo ahí como la presencia del Señor de la historia, como el Cuerpo
de Cristo. Precisamente a la manera del Siervo es como la Iglesia puede ser hoy la
presencia del Señor que inaugura el reino.
2.
Cuerpo sometido a su cabeza: la
Iglesia vive su existencia eclesial como vocación a la que ha
de responder en fidelidad. Es Cuerpo de Cristo, pero no es plenamente Cristo.
Estar, por tanto, identificada con Cristo, ser su presencia y visibilidad es un
don que ha de vivirse con la fidelidad de Jesús, siervo sufriente. Por tanto,
presentarse como Cuerpo de Cristo no ha de entenderse en términos de
alternativa, sino de vocación: es y ha de ser una Iglesia que vive su
existencia histórica como el don gratuito de reproducir, en unión con su Señor,
el camino que él recorrió.
3.
Cuerpo de Cristo y eucaristía: la
Iglesia se actualiza en la eucaristía como Iglesia de los
pobres, como Cuerpo de Cristo a la manera del Siervo. Pues la eucaristía es la
fuente y la articulación del seguimiento. La eucaristía, como acción de
gracias, es proclamación de la presencia liberadora de Cristo en los pobres y
humillados que han sido llamados a la vida verdadera, y es, al mismo tiempo,
garantía que respalda la tarea de anunciar la justicia e implantar el derecho.
Como memoria es el recuerdo, siempre subversivo de los sistemas basados en la injusticia,
de la vida pro-existente, la muerte y la resurrección de Jesús como única
posibilidad de existencia auténtica y único criterio de configuración eclesial.
Como experiencia creyente es el signo eficaz de que toda estructuración
eclesial debe ser hecha según el modelo de la fraternidad, en donde el que es
primero ha de situarse como quien sirve. Como testimonio será el anuncio de que
en el ser uno está la posibilidad de que el mundo crea.
4.
Cuerpo del resucitado que es cuerpo del crucificado:
la crucifixión de Jesús fue el
resultado de su camino histórico. Fue la normal consecuencia del enfrentamiento
histórico que significa el anuncio del reino ante el pecado del mundo. Por
ello, la resurrección remite a la cruz y al camino de Jesús. Y no sólo ha de
entenderse como la configuración de su vida, sino como la irrupción inicial del
reino que en él se ha definitivamente acercado. La Iglesia no debe olvidar
que resucitó el crucificado precisamente por haber sido crucificado.
·
Humanidad oprimida: cuerpo del Crucificado
1.
Más
allá de los límites: la
Iglesia no es el único germen efectivo de salvación. La realidad
del reino, que ha sido inaugurada definitivamente, existe en otros sectores de
la humanidad. Algo parecido sucede
cuando la Iglesia
de América Latina se piensa como Cuerpo de Cristo. En cuanto Iglesia de los
pobres y oprimidos, se sabe cuerpo de
aquél que bajo la forma de Siervo, destinado a implantar la justicia y el
derecho, carga con el pecado
histórico de la humanidad.
2.
Reflexiones
iniciales: la opresión histórica implica un tipo de solidaridad real e
histórica, y tiene las dimensiones de universalidad. Por tanto, la salvación y
el Cuerpo de Cristo han de tener también una solidaridad real e histórica. Además, la búsqueda de respuesta a
estas cuestiones va encontrando asimismo cauce en la relectura de la figura del
Siervo. Así pues, la eclesiología de América Latina sostiene que la mayoría
oprimida de la humanidad reproduce, sin tener plena conciencia de ello, los
rasgos del crucificado y está llamada a incorporarse a él en la asunción
expresa de la vocación del Siervo.
1. La acción del
Espíritu en la historia y en Iglesia Latinoamericana
La testificación y comprobación de que
el Espíritu en realidad actúa en las coordenadas del mundo, encuentra su
sentido en el hecho de que en él se continúa hablando de Dios. De esta manera,
el Espíritu es quien posibilita que la Iglesia pueda realizar una constante renovación y
se muestre al mundo con un mensaje nuevo ante las realidades deshumanizadoras
que se le presentan. El Espíritu hace que la Iglesia sea capacitada para que su testimonio
profético se mantenga y perdure en el tiempo, es el Espíritu quien sucinta en
ella esa comunionalidad entre sus miembros y el mundo. En la Iglesia , es obra del
Espíritu, su dinamismo, su capacidad de impulso y de avance.
El Espíritu en la historia poco a poco
va siendo objeto de conciencia y libertad. El hombre ve la presencia del
Espíritu en su historia como un signo de liberación. El Espíritu se manifiesta
en la historia, como una critica constante a una sociedad que en muchos
aspectos se presenta marcada por la esclavitud.
En la
praxis latinoamericana, la
Iglesia ha estado siempre profundamente unida a la realidad del
pobre, siendo el Espíritu la fuente para que la Iglesia despierte, se
impulse y pueda avanzar. Es él quien capacita a la Iglesia para continúe la
misión que el Padre le ha encomendado: ser solidaria con los pobres y los
marginados, con los excluidos y los rechazados. La Iglesia , por medio de la
fuerza del Espíritu, se hace cada vez más Iglesia en la medida en que se deja
guiar y orientar por este Espíritu y en la medida en que camina con aquellos
que son vistos como muros que hay que derribar y no como personas que nos dan
apertura a un enriquecimiento humano, a pesar de su pobreza y su dignidad
trastocada.
De
igual forma, la Iglesia
necesita de la presencia de las personas. No hay Iglesia de Cristo, si no hay
feligresía. No hay Pueblo de Dios si no hay compromiso con los verdaderos
cambios estructurales que la sociedad impera. Para que ambas cosas se den, es
necesario, inexorablemente, la fuerza y el empuje del Espíritu. Sólo es él
quien posibilita este cambio de paradigmas. El Espíritu es quien puede hacerle
virar la mirada, a la Iglesia ,
para que tenga siempre presente el rostro de Cristo en los pobres y oprimidos,
y así pueda cumplir su misión de ir anunciando e instaurando el reino (LG 5).
REFLEXIÓN
FINAL
Partiendo de las primeras líneas de este
trabajo, en las cuales mencionaba que las imágenes de la Iglesia no agotan su
carácter mistérico; podemos concluir que ambas imágenes, tanto Pueblo de Dios
como Cuerpo de Cristo, no so disyuntivas, sino que ayudan a complementar la
visión de Iglesia. Ambas imágenes poseen sus particularidades y características
propias.
De esta forma, la imagen de “Pueblo de
Dios”, nos hace referencia a esa discontinuidad continuada que se da en el
Antiguo Testamento, esa relación esponsal que hay entre Dios y su pueblo escogido,
el cual a pesar de sus muchas rebeliones, de sus constantes faltas a la Alianza establecida con
Yahvé, no pierde su carácter de pueblo querido por Dios.
El plan de Dios no se circunscribe a un
determinado momento, sino que se amplia el proyecto amoroso de Dios y, por
medio de la figura de Cristo, esta Alianza llega a su culmen, a su plenitud.
Ahora no sólo es Israel el pueblo escogido por Dios, ahora son todos y cada uno
de los hombres. El proyecto de Dios abarca a todo ser humano: judíos, gentiles,
pescadores, prostitutas, cobrador de impuestos, todos aquí tiene igual valor.
No hay exclusión sino inclusión. En tal sentido, este naciente Pueblo de Dios
ya no se encuentra determinado por las condiciones y las coordenadas del
judaísmo, sino que la comunión entre sus miembros es lo que prevalece. Poseen
rasgos distintivos que los diferencias como grupo.
Así pues, magistralmente el apóstol
Pablo le da un sentido nuevo a esta dimensión de Pueblo de Dios y Cuerpo de
Cristo. En su sapiencia descubre que el Cuerpo de Cristo no puede ser reducido
exclusivamente a la particularidad de las Iglesias locales, sino que debe tener
un sentido de amplitud. Pablo ve la dimensión “universal” que posee la Iglesia , sobre las
particularidades de distintos grupos. El poder reunir a grupos de tendencias
distintas en una misma mesa, es signo visible de ese banquete escatológico al
cual estamos llamados. Esta unión en la mesa fraterna, no la hace Pablo, sino
que la hace Cristo, por medio de su Espíritu. Es él quien congrega en la mesa
fraternal y se presenta, pues, como el fundamento de este pueblo. Somos Pueblo
de Dios y formamos parte del Cuerpo de Cristo por iniciativa divina y por
respuesta humana.
Por tanto, el participar en este
proyecto de Dios no se da de manera impositiva y autoritaria. Es una
invitación, es una oferta, la cual pude ser aceptada o rechazada. La Iglesia se maneja en la
tensión de la libertad humana, en la que él puede o no responder a la oferta
que Dios le hace. Dios ofrece su amor de manera gratuita, es el hombre quien
opta o no por él.
De igual forma, es conveniente acotar en
quién y por quién los creyentes en Dios, los que forman el Pueblo de Dios y el
Cuerpo de Cristo, poseen su carácter unitario: por el Espíritu. Es él quien
unifica el cuerpo. Es él quien produce y urge la caridad entre sus fieles. Es
Cristo quien nos hace participar en su Espíritu y de esta forma, vivifica,
mueve e impulsa a todo el cuerpo.
A esta unión se llega por el acto del
bautismo, el cual nos incorpora en la eclesialidad, en la vida de la Iglesia. Nos
identifica como cristianos y como hermanos. Como bautizados y propiedad de
quien nos ha bautizado: Cristo Jesús. Los bautizados en Cristo también poseen
un carácter distintivo: la relación de comunión y servicio que poseen entre sus
miembros, especialmente con aquellos que viven de manera más desprotegida. Los
bautizados no son miopes a la predilección que hizo su Señor. Si Cristo opto
por los desamparados, los bautizados también deben hacerlo.
En tal sentido, la Iglesia ha de ser la
expresión visible y tangible del Cuerpo de Cristo en la humanidad, en la
tierra. Su presencia ha de ser impulsada por la fuerza del Espíritu. Es este
Espíritu quien sostiene la obra de la Iglesia. La Iglesia debe luchar para que el mundo
conozca el mensaje de Cristo y para que se incorporen al Pueblo de Dios, pero
esta labor no la puede hacer por sí misma, sino con la fuerza del que dinamiza:
el Espíritu Santo.
En otro orden de ideas, plantear el
dinamismo del Espíritu en la Iglesia Latinoamericana , nos hace comprender y
notar el paso de Dios a través de su pueblo. La comunidad creyente latina, en
tanto a vivido y expresado un profundo convencimiento de que es iglesia pobre,
profética y solidaria, siendo fiel a pesar de ser perseguida por ir en contra del
orden establecido, a notado que quien le ha hecho posible continuar ha sido la
fuerza del Espíritu. La Iglesia Latinoamericana ha tenido que pensar qué
es eso de “signos de los tiempo”, qué es eso de estar con los pobres y encarnar
a la Iglesia
en la realidad de los necesitados y no dejarse llevar por las situaciones de
muerte o facilismo que hoy día imperan. Todos estos cambios son manifestaciones
del Espíritu.
Es la fuerza del Espíritu en la Iglesia Latinoamericana ,
la que no ha permitido que se viva de espaldas a la historia y a los pobres,
sino que se vive y se actúa según la fuerza y el obrar de Dios que hoy, a pesar
de miles de años, sigue haciendo historia como la hizo Jesús y continua
haciendo en su Iglesia patente el compromiso con su Pueblo, el cual ha sido
sacramentado como Cuerpo de Cristo por medio del bautismo.
Por ultimo, la Iglesia Latinoamericana
y en especial los pobres de Yahvé en clave latinoamericana, no deben sentirse
solos, ya que el Espíritu del resucitado siempre se encuentra a favor de su pueblo, por medio
de las mediaciones humanas. El Espíritu del Señor está en absoluta solidaridad
con la Iglesia
de los oprimidos.
CONCLUSIÓN
Para que exista una comunión eclesial es
necesario de dos aspectos: Dios y el hombre. El primero convoca, llama e invita
a la reunión. El segundo discierne y posee la capacidad optativa de responder o
no a ese llamado. El punto de partida, obviamente, determinará el punto de
llegada. No habrá relación con Cristo si no hay, después de la invitación divina,
respuesta humana. El “sí” del hombre
conlleva participación en una eclesialidad determinada e historizada y en
hacerse parte de ese Cuerpo de Cristo, lo cual conllevará la asimilación de
ciertos valores que son distintivos en los luchadores e instauradores del
reino.
La persona que optan por Dios y se hacen
parte, por medio del bautismo, en la
Iglesia debe comprende que la praxis cristiana y, por ende,
el seguimiento de Cristo, se caracteriza por la continuación y la actualización
de la obra hecha por Jesús, lo cual supondrá dejarse guiar y orientar por su
Espíritu y, a su vez, asumir los valores que él asumió. Todo ello supone atacar
frontalmente la esclavitud en la que el hombre se pueda encontrar, entendiendo
ésta como el pecado manifestado en sus diversas caras, y saber responder con
actitud cristiana a los hombres y mujeres que puedan sentir lacerada su
dignidad humana.
El que opta por formar parte de este
Pueblo de Dios y del Cuerpo de Cristo debe, necesariamente ser un hombre
mistagógico, es decir, una persona que se ha dejado introducir, por el
Espíritu, en misterio de Cristo.
BIBLIOGRAFÍA
CONCILIO VATICANO II., Sal Terrae, Santander 1967.
ELLACURÍA I., “La Iglesia de los pobres, sacramento histórico de
liberación”. En
Estudios Centro Americanos 32, 1977, pp. 707-722.
KÜNG H., (1970). “La
Iglesia ”.
Herder, Barcelona 1970.
QUIROZ A., (1983). “Eclesiología en la
Teología de la
Liberación ”, Ediciones Sígueme, Salamanca 1983.
[1] ELLACURÍA I., “La
Iglesia de los
pobres, sacramento histórico de liberación”. En “Estudios centro
americanos”, 32, Pp. 708. (1977).
Caracas, febrero de 2011
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